Era él, con su tranquilidad y su silencio. El techo blanco de su dormitorio, la luz blanca del baño, sus ojeras en el espejo, la suavidad del cepillo lavando sus dientes. El agua, apenas hirviendo, sin el pitido de aquella pava insoportable que ella se había llevado al irse.
Disfruta el silencio, decía la camiseta elegida para salir.
En la calle, ni un alma. Solo los perros, que pasaban a su lado, tranquilos, indiferentes, hacia ninguna parte.
A él no dejó de parecerle extraño que la fuente de la calle principal estuviese detenida. Como el
tránsito. Como esos niños, en la vereda del frente, que parecían estatuas. Como esas mujeres, que solo posaban junto al semáforo.
El shopping estaba abierto. Él no tenía ganas de cocinar. Se encontró caminando entre las vidrieras llenas de vestimentas que él no usaría, joyas que ella ya había devuelto, juguetes que nunca serían relevantes en sus sueños. Debía ser temprano, ya que era el único. No se veía ni a los vendedores.
Era él, con su corazón latiendo tranquilo, sus oídos en paz, su boca cerrada para nunca más repetir aquellas palabras.
Y esa mirada. Esa cara tan familiar.
No podía ser.
Tuvo que detenerse.
Pensó que se había equivocado. Pero allí estaba, detrás de la vidriera. Miró hacia todos lados, esperando que alguien saliera desde atrás de los puestos de bijouterie y riera. Sin embargo, siguió allí solo.
Se acercó más. No había dudas. El maniquí tenía su cara.
Y no solo era ése. Todos los muñecos vestidos con esa ropa que a él le costarían meses de su salario tenían sus ojos, su boca, su pelo.
Quiso gritar, reírse, exigir una explicación. Pero él lo había pedido. Ése había sido su deseo. Estar solo y que nunca más nadie pudiese molestarlo. El genio de la lámpara lo había cumplido. Su vida nunca había sido más silenciosa.
Ahora se había pasado de asqueroso. ¿Por qué? ¡Había sido ideal! ¡Había sido la mejor inversión del mundo comprar esa lámpara vieja por internet! Se quitó una zapatilla y la estrelló contra el vidrio hasta romperlo. Nadie vino a detenerlo. Pero los maniquíes con su cara se multiplicaban, por donde él mirara.
Ahora entendía. Siempre había letra chica en los deseos, el genio lo había dicho antes de esfumarse en esa humareda blanca.
Como su molesta ex novia. Como su odiosa mascota. Como sus jefes, su familia, su suegra gritona y su mundo de entrometidos.
Ahora estaba bien. Era él, con sus calles, sus casas vacías, su falta de objetivos y presiones, la falta de sus amigos que preguntaran estupideces y de negocios que vendieran porquerías que a nadie le hacían falta. Ya solo sería él. Y su cara. Su cara por todas partes.
***
Esto quiso ser una mezcla de dos consignas: la del Reto juevero de La trastienda del pecado y la del reto semanal # 22 en Sueños de Tinta. Creí que había salido bien, pero luego vi el conteo de palabras y me había ido mucho más allá de las 350. Perdón Magade.
Igual presento mi link, pero entenderé si no entro en el listado de esta semana. Intenté recortarlo lo más posible. La próxima voy a tener más presente el límite.
Sobre la temática, en mi familia y amigos se ha dado una serie de separaciones. Este personaje es una mezcla de todos nosotros, una especie de chiste interno sobre algunas cosas. Sin embargo, creo que hay mucho de bueno en saber cuidarse y valorar el silencio y la soledad. Así que este relato no es una crítica. Es más bien la exageración de algún miedo sentido y escuchado también en alguna confesión.
Un abrazo a todos y que tengan un buen fin de semana.